¿Qué es un millenial? No lo sé exactamente, pero igual yo, –yo misma–, soy una o era una porque cabe la posibilidad de que esté un poco desfasada (nací en 1982). No es espacio para dedicarnos a investigar qué es un millenial, pero rastreando un poco por la red encontramos que otros sinónimos son Generación Y o Echo Boomers (lo siguiente es la Generación Z).
De todas maneras, me voy a nombrar millenial, porque los 80 molan.
Los millenials estamos altamente tecnologizados y de manera aparente parece que perdemos el tiempo con el móvil, pero, algunos oyentes y lectores si se detuviesen un momento, tan solo un momento a observarnos con verdadero interés, caerían en la cuenta de que estamos trabajando; también vivimos con el corazón abierto en nuestras manos.
Nos atribuyen cientos de adjetivos calificativos en los medios de comunicación, pero en raras ocasiones nos preguntan por nuestras experiencias de vida, sobre todo por las laborales; y como tengo tiempo voy a ¿narrar? la mía.
Tranquilidad, porque seré breve. Lo que voy a relatar coincide con mis primeros años de docente universitaria millenial. En aquellos años, por esos ataques románticos que suceden en la juventud, comencé a preocuparme por la Cuestión universitaria –opino que muy olvidada en la actualidad por muchos de nosotros– y leía ensayos de los intelectuales de la Generación del 27. Entre ellos topé con las conferencias dictadas por Pedro Salinas tituladas «Defensa del estudiante» y «Conferencia sobre la Universidad». (Dichos textos pueden encontrarse magistralmente editados por Natalia Vara Ferrero, en Renacimiento). Por aquel entonces fueron una revelación y en el presente –releídas de nuevo– vuelven a ser una luz en medio de tanta oscuridad.
¿Por qué digo oscuridad? Como he mencionado antes, he impartido docencia en el área universitaria durante varios años y me inquieta cómo algunos de nuestros estudiantes –no es justo que generalicemos– acceden al conocimiento, cómo lo usan o cómo lo emplearán cuando se enfrenten al campo laboral.
Estos interrogantes forman parte de esa oscuridad de la que hablo. Y la luz que me sugiere el maestro Salinas pasa por recapacitar, y esperanzarme, en que los docentes deberíamos detenernos a analizar cómo estamos produciendo conocimiento que solo se queda, en ocasiones, en lo científico y no transita por lo técnico y lo práctico; estos dos últimos son muy necesarios en la formación del universitario y sin ellos se pierde el hecho de lo que es estudiar. Claro está que todos estos aspectos están perdidos sin el espíritu humanístico del que se acompaña el hecho de aprender.
Sea esto una mínima reflexión para el diálogo.
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